EL CRISTIANO Y LA POLÍTICA
¿Debe desempeñar el cristiano algún papel en la política? ¿Pueden un miembro o la iglesia misma estar involucrados en la política? ¿Cómo deben relacionarse ellos con el estado y con las autoridades políticas del momento? Estas y otras preguntas han surgido los últimos años por las elecciones electorales
Algunos Cristianos creen que la iglesia no tiene ningún papel político que desempeñar, otros que solo los pastores no deben tener un papel político y que el papel del cristiano, como individuo, no esta preparado para la política. Esta idea está fundada en el concepto de que el reino de Cristo no es de este mundo.
Otros cristianos insisten que tanto los individuos como la iglesia tienen responsabilidades sociopolíticas indiscutibles para mejorar las condiciones de vida. Algunos cristianos van varios pasos más allá alegando que la tarea más grande del cristianismo es trabajar para lograr un orden político cristiano que conduzca al establecimiento del reino de Dios en la tierra. Entre estas dos tendencias extremas existe una gran gama de variaciones.
El ejemplo de Cristo
Solamente en muy raras ocasiones Jesús hizo referencia al tipo de sociedad política a la cual debían aspirar él y sus discípulos. El no asumió la posición de ser un reformador o defensor sociopolítico. Tampoco enunció ninguna plataforma política. Las tentaciones en el desierto tenían una clara dimensión política y él las resistió porque venían de un hecho lleno de corrupción. A pesar de que tuvo más de una oportunidad para asumir el mando del pueblo aprovechando situaciones en que se podría dar un golpe de estado (por ejemplo, la alimentación de la multitud y la entrada triunfal a Jerusalén), no escogió esa opción, por ser violentista he ir contra la autoridad impuesta por su padre.
Al mismo tiempo, las enseñanzas de Jesús pueden conducir a un significativo acontecimiento sociopolítico cuando son vividas por la comunidad cristiana. El les ofreció buenas nuevas a los pobres, libertad a los oprimidos y “vida en abundancia” (Juan 10:10). Por lo tanto, los creyentes contemporáneos, al seguir el ejemplo de los cristianos a través de los siglos, deben reconocer que pesa sobre sus hombros cierta responsabilidad social. Los pioneros predicaban no solamente el evangelio de la salvación personal, sino que también estaban interesados en los alcohólicos, los esclavos, las mujeres oprimidas y en las necesidades educacionales de los niños y los jóvenes.
La Biblia y la responsabilidad sociopolítica
La responsabilidad sociopolítica del cristiano está basada en dos fundamentos bíblicos. Primero, la doctrina de la creación. Dios creó un universo y nos estableció como mayordomos gobernantes de este mundo. La mayordomía incluye responsabilidad y obligación de responder por medio del dominio sobre la jurisdicción que le ha sido asignada.
Segundo, la doctrina de la humanidad. Los seres humanos han sido creados a la imagen de Dios. Los parámetros de la responsabilidad humana con respecto al servicio descansan dentro de este concepto bíblico de la naturaleza humana. El punto de vista cristiano es que los hombres y mujeres no son una resaca que flota en el mar de la vida, sino personas con un papel responsable que desempeñar y con un futuro brillante. Este potencial humano ofrece propósito, dirección y optimismo a los cristianos que sirven a otros en el ambiente comunal.
Por lo tanto, el cristianismo no es una religión de un individualismo insular o de una introversión aislante, sino que es una relación con Dios y la comunidad. Los dones y las virtudes cristianas conllevan implicaciones sociales. La dedicación a Jesucristo significa dedicación al prójimo, lo cual engendra la responsabilidad por el bienestar de otros.
El dilema de la doble ciudadanía
Los cristianos sinceros afrontan el dilema de la doble ciudadanía. Por un lado, pertenecen al reino de Dios y por otro, a su país de ciudadanía. Son parte de la “nueva naturaleza” y viven en medio de la “vieja naturaleza”. ¿Existe aquí un conflicto inherente? ¿Debe el pueblo de Dios escoger una naturaleza y renunciar a la otra? No cabe duda de que en algunas ocasiones puede haber un conflicto cuando las demandas o deberes de una ciudadanía chocan con los de la otra (ciudadanía del Reino de los Cielos y el de la tierra). En tales casos la Escritura es clara: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Sin embargo, el reino de Dios no está aislado del mundo presente; “entre vosotros está” (Lucas 17:21). En otras palabras, el reino de Dios es una esfera, una dedicación, una actitud y una manera de vida y pensamiento que se infiltra en la totalidad de nuestra existencia y da especial significado a nuestra ciudadanía nacional. Es la soberanía de Dios que invade la vida humana.
El “no hacer nada” es una acción política
El orden político de la sociedad es la provisión providencial de Dios para la humanidad caída. Dios no le pide a la “gente buena” de la sociedad que se mantenga fuera del proceso gubernamental y se aleje del control socio-político y económico, dejándolo en manos de los “impíos”. Los cristianos deben ser la sal y la luz de un mundo social y por lo tanto no pueden optar sencillamente por salirse del proceso político. En realidad, una abdicación tal sería en sí una acción política que abre el camino para el control político por aquellos que apoyan algo menos que los valores cristianos. El “no hacer nada” es una receta segura para que el pecado llegue a ser el amo. Los Cristianos Evangélicos tienen tanto el derecho como el deber de usar su ciudadanía terrenal con el fin de mantener a la iglesia libre para poder cumplir con su mandato y ayudar como individuos a satisfacer las urgentes necesidades sociales.
Deberes de la ciudadanía política
Los Evangélicos afrontamos por lo menos cuatro deberes de ciudadanía política:
Primero, el deber de la oración a favor de los que ocupan cargos gubernamentales. Necesitamos orar pidiendo ayuda divina en la solución de algunos de los problemas socio-políticos que afectan la vida humana negativamente y también por la proclamación del evangelio. Las oraciones y las súplicas de los fieles se elevan mucho más allá que las declaraciones y acuerdos que llenan montañas de papel reciclable.
Segundo, el deber de votar y presentar peticiones ante las autoridades gubernamentales. Los cristianos debemos votar, aun cuando a veces tengamos que hacerlo escogiendo entre el menor de dos o más males.
Tercero, el deber de educarnos y estar bien informados. Los Cristianos, no menos que otros ciudadanos, necesitamos estar involucrados en una educación continua con respecto a los problemas que afectan la vida presente como la futura. La ignorancia política no aumenta la dicha espiritual.
Cuarto, el deber de lanzarnos y mantener una posición pública. Los Cristianos tenemos este derecho constitucional. Además, algunos nombramientos a puestos gubernamentales no requieren lanzarse a una campaña. Ellen White declara que no hay nada malo en aspirar a sentarnos “en asambleas legislativas y deliberantes, y dictar leyes para la nación”.1 Sin embargo, aconseja que los pastores y los maestros empleados por la denominación se abstengan de actividades políticas partidarias.2 La razón que da es clara: La política partidaria corre el riesgo de crear disensiones. Un pastor podría fácilmente dividir su congregación debido a diferentes partidos y debilitar en gran manera su habilidad de servir como pastor de todo el redil.
Peligro de politización
Habiendo subrayado las responsabilidades y privilegios del ciudadano, se hace necesario dar una advertencia contra el peligro de la politización tanto de los individuos como de la iglesia. Los cristianos, corren el peligro de ser engañados por César. El éxito en la política involucra transigencias, la exaltación personal, el ocultar debilidades y el juego de papeles partidarios. A veces, se vuelve necesario aceptar un curso de acción que no se corresponde con las mejores convicciones morales del individuo. La política es un jefe exigente y puede convertirse en algo totalmente absorbente. Los políticos cristianos que son débiles en su carácter caminan sobre una cuerda floja. Deben evitar contaminarse por la característica irónica y totalmente absorbente del activismo político que puede degradar sus esfuerzos a tal punto que podría parecer que no hay un Dios involucrado en los asuntos del hombre.
Participación discreta de parte de la iglesia
Lo que acabamos de decir nos indica la necesidad de una participación política juiciosa. Una iglesia mundial con miles de instituciones, con 10 millones de miembros adultos y muchos más seguidores, no puede evitar de tener contacto con el Estado y de participar en la política, que es el arte de gobernar. No solamente los individuos, sino también las organizaciones de la iglesia, tienen derechos y responsabilidades. La iglesia tiene el derecho de intervenir en lo que respecta a la legislación o acciones reglamentarias que afectan la misión de la iglesia, ya sea de manera positiva o negativa.
La iglesia nunca debe ser un partido político. Una identificación tal podría resultar en un alfa rápido de privilegios temporales, pero que inevitablemente arrastrará a la iglesia por el resbaloso declive político hacia el omega de la parálisis evangelística y profética.
En resumen, “la iglesia deber ser la iglesia” y no un partido político. Su enfoque más promisorio para lograr un cambio en la sociedad es transformar individuos, gente. Al hacer esto, los cristianos cumpliremos de una manera doble la misión de Dios en el mundo: Evangelismo y servicio a la sociedad.
Bibliografía.
1. Elena White, Mensajes para los jóvenes (Publicaciones Interamericanas) p. 33.
2. White, Obreros evangélicos (Casa Editora Sudamericana) pp. 406-410.